75 aniversari [ 1931 - 2006 ]

de la proclamació de la II República a Mallorca

20.7.06

El final de Alejandro Jaume

JOSÉ JAUME

El 19 de julio de 1936, Alejandro Jaume se encontraba en su casa del Puerto de Pollença acompañado de su familia y su sobrino, Andrés, mi padre, cuando éste observó que dos guardias civiles se acercaban a la casa. "Ahora vienen a detenerte, tío Tano", le dijo, no muy convencido de que fuera cierto. Tano Jaume, en pijama, preguntó a los guardias civiles qué querían y éstos le informaron que quedaba detenido por orden de las autoridades militares, ya que se había declarado el estado de guerra. No le dejaban vestirse, por lo que Tano Jaume, encarádose con ellos, les advirtió: "ahora me detienen, pero mañana puedo ser el gobernador civil de la provincia, así que deberán atenerse a las consecuencias". Los guardias civiles, un tanto impresionados, le permitieron vestirse y también autorizaron que su sobrino le acompañara hasta Inca. Este fue el inicio de su final.
Después, preso en Bellver, fue procesado por auxilio a la rebelión y condenado a muerte. La familia se movilizó para impedir el desastre. Su abogado defensor, su cuñado Luis Alemany, casado con su hermana Amelia, hombre de confianza de Juan March, y su hermano, mi abuelo Andrés, vicecónsul de la Argentina, además del resto de la familia, hicieron de todo para conseguir el indulto. La familia sabía que en un primer momento el consejo de guerra se decantaba por la cadena perpetua y no por la pena capital, pero parece que desde Burgos llegaron directrices estrictas de condenar a muerte. Así que todo fue inútil. Juan March, a quien se recurrió, no intervino, seguramente porque Alejandro Jaume, cuando March fue encarcelado, se mantuvo al margen. En cuanto al obispo Miralles, primo de los Jaume, no sólo se negó taxativamente a interceder por Tano Jaume, sino que acusó a éste de ser un radical anticlerical peligroso.
Sin nada que hacer, se llegó a la madrugada del 24 de febrero de 1937 en la que Alejandro Jaume fue puesto en capilla. Acompañándole, se encontraban Luis Alemany, mi abuelo y mi padre, Andrés Jaume Rovira. Poco antes del amanecer, un sacerdote y un oficial del Ejército se acercaron a tío Tano presionándole para que comulgara. Alejandro Jaume, en medio de una enorme tensión, gritó: "Luis Alemany, como mi abogado defensor, te necesito, estoy siendo extorsionado". Luis Alemany intervino, logrando que el cura y el oficial desistiesen, optando por darle la comunión con una cucharilla a Emilio Darder, que acababa de sufrir un infarto y también estaba en capilla.
Al alba, y tras despedirse de su hermano Andrés, se acercó a mi padre y le dio la cajetilla de cigarros rubios que llevaba. "Quédatela, a mi me basta con un par", le dijo. Seguidamente, fue subido a un automóvil junto con Darder, que se dio un fuerte golpe en la cabeza con la puertezuela del coche, lo que hizo que Alejandro Jaume manifestara en voz alta; "no se dan cuenta de que este hombre está medio muerto". Mi padre, en otro automóvil, le acompañó al cementerio, donde iba a ser fusilado.
Al llegar a las tapias del cementerio, en la que guardaban una gran cantidad de gente dispuesta a presenciar el fusilamiento, los condenados fueron bajados de los automóviles y puestos en fila, de espaldas, delante del pelotón de fusilamiento. Darder, sentado sobre una piedra, no se daba cuenta de nada. Mi padre, apostado a un centenar de metros de distancia, estaba lívido. Entonces, Alejandro Jaume levantó la mano. El oficial que mandaba el pelotón le preguntó qué quería, y él respondió: "ver a quien me mata". Se le autorizó a estar de frente. Encendió un cigarrillo y sin gritar vivas a nada ni a nadie recibió la descarga.
Agonizante, se le acercó un falangista, perteneciente a la nobleza mallorquina, mientras el público aplaudía, y le dio una patada diciendo: "este hijo de puta todavía no está muerto". Después del tiro de gracia, varios falangistas mearon encima de su cadáver.
Mi padre, sin saber muy bien lo que podía sucederle, se acercó al sepulturero, quien le explicó qué tenía que hacer para recuperar el cuerpo antes de que fuese enterrado en la fosa común. Al día siguiente, en una carretilla, lo trasladaron a la tumba familiar, en la que hoy están depositados sus restos.
Meses después, mi abuelo se jugó la vida al escribir una carta a Indalecio Prieto, amigo de Alejandro Jaume, a través de un barco británico fondeado en el puerto de Palma, intercediendo por su cuñada Magdalena Rovira Truyols, hermana de mi abuela Juana, puesto que en Valencia, milicianos comunistas habían asesinado a su marido y a tres de sus hijos. Prieto atendió la petición de mi abuelo y consiguió que su cuñada e hijas salieran de la España republicana y pudieran llegar a Mallorca.
Cuento lo que sucedió, porque se lo debo a mi abuelo, al hijo de Alejandro Jaume, Andrés, y, por encima de todo, a mi padre, que calló demasiado durante demasiado tiempo. A los tres, un beso muy fuerte.

Diario de Mallorca
20/07/06